martes, 25 de diciembre de 2018

La Navidad


En nuestros hogares, en nuestro trabajo, en nuestras parroquias, en nuestras calles, creyentes y no creyentes, por todos los rincones se difunde el suave aroma de la Navidad. Es como si estas fechas quisieran remover el niño, que todos llevamos dentro, y hacernos uno en Él, en la Palabra, que hecho niño, viene a acampar entre nosotros.
Dice un villancico: “Vivas donde vivas, estés donde estés, a las doce en punto te espero en Belén”. Belén puede ser tu casa, Belén puede ser la mía; Belén es la casa de todo el que se acerca con sencillez y humildad, pues el Amor está presente allí ..., Él nos espera y siempre nos acoge
Hay muchos datos sobre la Navidad, que hemos ido compilando, a lo largo de nuestra vida, son tradiciones, recuerdos de nuestra infancia, que nuestros mayores nos han ido transmitiendo. Os acercamos aquella tradición, cuál fue el origen de algo tan nuestro como: el Belén y el árbol de Navidad.

FELICES FIESTAS


El árbol de Navidad


San Bonifacio, es conocido como el “Apóstol de Alemania”, sobre este santo, el Papa Benedicto XVI dijo en el año 2009 que: “su incansable labor, su don para la organización y su carácter moldeable, amiguero y firme” fueron determinantes para el éxito de sus viajes. Al cumplir 30 años recibió las órdenes sagradas y se dedicó al estudio de la Biblia. En el año 718 el Papa San Gregorio II le otorgó un mandato directo: “llevar la Palabra de Dios a los herejes en general”. El Santo partió inmediatamente con destino a Alemania. 


Alrededor del año 723 Bonifacio viajó con un pequeño grupo de personas a la región de la Baja Sajonia. El conocía a una comunidad de paganos cerca de Geismar que, en medio del invierno, iban a realizar un sacrificio humano a Thor, el dios del trueno, en la base de un roble al que consideraban sagrado y que era conocido como “El Roble del Trueno”.

El Santo y sus compañeros llegaron a la aldea en la víspera de Navidad justo a tiempo para interrumpir el sacrificio. Con su báculo de obispo en la mano, Bonifacio se acercó a los paganos, que se habían reunido en la base del Roble del Trueno, y les dijo: “aquí está el Roble del Trueno, y aquí la cruz de Cristo que romperá el martillo del dios falso, Thor”.
El verdugo levantó un martillo para ejecutar al pequeño niño que había sido colocado para el sacrificio. Pero en el descenso, el Obispo extendió su báculo para bloquear el golpe y milagrosamente rompió el gran martillo de piedra y salvó la vida del niño.
Entonces, Bonifacio tomó un hacha que estaba cerca de ahí, y según la tradición, cuando la blandió poderosamente hacia el roble una gran ráfaga de viento voló el bosque y derribó el árbol con raíces y todo. El árbol cayó al suelo y se rompió en cuatro pedazos.
Bonifacio miró más allá donde yacía el roble y señaló a un pequeño abeto y dijo: “Este pequeño árbol, este pequeño hijo del bosque, será su árbol santo esta noche. Esta es la madera de la paz…Es el signo de una vida sin fin, porque sus hojas son siempre verdes. Mirad como su copa está dirigida al cielo. Hay que llamarlo el árbol del Niño Jesús; reúnanse en torno a él, no en el bosque salvaje, sino en sus hogares; allí habrá refugio y no habrá actos sangrientos, sino regalos amorosos y ritos de bondad”.
Así, los alemanes empezaron una nueva tradición esa noche, que se ha extendido hasta nuestros días.

El Belén

Es costumbre también colocar en las iglesias y en nuestros hogares un Belén o nacimiento: José y María, el Niño recostado en un pesebre, una mula y un buey, pastores que representan al pueblo de Dios y los Magos que vinieron de Oriente. No falta el ángel mensajero y la estrella de Belén.

¿De dónde procede esta costumbre?

El origen del nacimiento se remonta al siglo XIII. Su iniciador fue San Francisco de Asís.
Refiere Tomás de Celano, compañero del Santo, que la Navidad era siempre para Francisco un día de particular alegría. “Si conociese al Emperador — solía decir — le rogaría que diera la orden de esparcir, en aquel día, trigo para todos los pájaros, especialmente para las golondrinas, y que ordenara a todos aquellos que tienen animales en los establos que dieran a sus animales, en memoria del nacimiento de Cristo en un pesebre, un alimento más abundante. Desearía también que en aquel día solemne ¡todos los ricos de este mundo acogieran a los pobres en su mesa!” (Vida Segunda 151)
En Greccio, un amigo del santo, Juan Velita, le había ofrecido para vivir un terreno alto recubierto de bosques. Mientras San Francisco moraba allí, con ocasión de la Navidad de 1223, llamó a su amigo y le dijo: “Mira, quisiera celebrar contigo el día de Navidad. Se me ha ocurrido esta idea: en el bosque, cerca de nuestra ermita, encontrarás una gruta: allí dispondrás un pesebre con heno y también un buey y un burro, tal como en Belén. ¡Ojalá al menos una vez pudiera ver con mis ojos cómo el Divino Niño descansó en el establo, cómo el Señor se sometió al desprecio y a la extrema pobreza por amor nuestro!”
Juan Velita accedió gustoso y Francisco, habiendo ya obtenido la autorización de la Santa Sede, erigió un altar con la ayuda de los hermanos e invitó a la gente de los alrededores. Hacia la medianoche llegaron numerosos grupos de personas con antorchas en la mano, mientras los frailes rodeaban la gruta con velas encendidas.
Iniciada la santa misa, “cuando llegó el momento del canto del evangelio — recuerda Celano — Francisco se presentó revestido de diácono. Con profundos suspiros, sintiendo el ardor de la devoción y radiante de alegría interior, el santo se colocó ante el pesebre y su voz se elevó por encima de la muchedumbre para enseñar dónde hay que buscar el sumo bien. Habló con inefable dulzura del Niño Jesús, del Gran Rey que se dignó asumir la forma humana, del Cristo nacido en la ciudad de David. Y a cada instante, cuando pronunciaba el nombre de Jesús, la llama interior de su corazón le ponía en sus labios las palabras: ‘El Niño de Belén’; y esta expresión adquiría en sus labios una fascinación extraordinaria. Estaba frente al pueblo como el cordero de Dios en toda la santidad de su sacrificio”. “Terminado el rito, todos se fueron con el corazón lleno de gozo celestial.” (Vida Primera 80)
Fue esta la primera misa de medianoche frente al primer “pesebre de Belén”. Los franciscanos, a imitación de su Padre seráfico, difundieron por toda la tierra este gozoso modo de venerar al Niño Jesús.
Que al contemplar en casa nuestro nacimiento esta Navidad, sepamos, como Francisco, constatar cómo Jesús se sometió al desprecio y a la extrema pobreza por amor nuestro.