Hoy, lunes 16 de octubre, comenzaba en la Agrupación Parroquial la semana de actos con motivo de la celebración de la erección canónica de una de sus parroquias, la de San José de las Ventas. El primero de los actos que ha tenido lugar ha sido una conferencia/reflexión que, bajo el título "La familia y la nueva evangelización", nos dirigía Mons. Raúl Berzosa, obispo de Ciudad Rodrigo.
Estructura en tres puntos (ver/juzgar/actuar) y teniendo como
fondo la Exhortación Apostólica Amoris laetitia (La alegría del amor), el
prelado civitatense insistía en que la alegría del amor que se vive en las
familias, es también la alegría de la Iglesia. Una alegría que se va viviendo
conforme permanezcamos más unidos a la fuente del amor: Cristo. Para ello
debemos partir de un convencimiento: ninguna familia es una realidad perfecta
sino que requiere una progresiva maduración en la capacidad del amor. Sólo en
el Reino definitivo encontraremos la plenitud. Esto nos impide juzgar con
dureza a quienes viven en condiciones de mucha fragilidad y, al tiempo, nos
anima a mantener viva la tensión hacia un más allá de nosotros mismos y de
nuestros límites. Junto a ello, Mons. Berzosa daba una serie de claves y reto
para cuidar la familia desde el ámbito de la comunidad eclesial.
Como colofón del día, nuestro obispo, D. Julían López,
presidía el rezo de vísperas con los fieles allí congregados, al mismo tiempo
que manifestaba su enhorabuena por este importante aniversario.
Os esperamos mañana en la celebración del Día del Mayor a las 18.00 hs.
Os esperamos mañana en la celebración del Día del Mayor a las 18.00 hs.
PRINCIPALES PUNTOS DE LA REFLEXIÓN
1. VER
Se afirma que la familia vive hoy en un cambio profundo
antropológico y cultural (n. 32). Estamos en la cultura del individualismo
exasperado, de un sujeto que se construye según sus propios deseos (n. 33). Es una Familia que no ha sido debidamente acompañada desde
las claves cristianas (o por abandono o por idealización) (n. 36), habiéndose
insistido más en las cuestiones doctrinales y morales (n.37).
Se experimenta gran velocidad y cambio en las relaciones
afectivas (nn. 38-39). Es una afectividad narcisista, inestable y cambiante,
que no ayuda a la madurez (n. 41). Los jóvenes ven la familia como «privación
de oportunidades de futuro» (n. 40); se experimenta la soledad y la impotencia
ante la realidad socio-económica (n. 43).
Se ha creado un descenso demográfico y una mentalidad
anti-natalista, promovida por políticas mundiales de salud reproductiva (n.
42). Con la paradoja de nacimientos fuera del matrimonio (n. 45)
Otros problemas serían: la falta de vivienda digna (n. 44),
las familias emigrantes (n. 46), las personas con discapacidad (n. 47), la
desatención de los ancianos (n. 48), y las familias sumidas en la miseria (n.
49).
Y, entre los desafíos más importantes, se enumeran: la
ansiedad por el futuro (n. 50), las drogodependencias (n. 51), la familia no
fundada en el matrimonio (n. 52), la poligamia (n. 53), la falta de
protagonismo de la mujer (n. 54), el machismo (n. 55), y la ideología de género
(n. 56).
2. JUZGAR
¿Cómo juzgó el Sínodo el tema de la familia? El Sínodo puso
sobre la mesa la realidad matrimonial y familiar de hoy (n. 2). La reflexión de
pastores y teólogos, si es fiel a la Iglesia, debe ser honesta, realista y
creativa, evitando dos extremos que se repiten en los medios de comunicación y
en algunos ámbitos eclesiales: o bien el deseo desenfrenado de cambiar todo sin
suficiente reflexión o fundamentación, o bien la actitud de pretender resolver
todo aplicando normativas generales o derivando conclusiones excesivas (n.2).
En estos temas complejos, es necesario, por un lado, una
unidad de doctrina y praxis, pero ello no impide que existan diferentes maneras
de interpretar algunos aspectos de la doctrina o algunas consecuencias que se
derivan de ella (n.3). Es el Espíritu Santo el que nos llevará a la verdad
completa, pero en cada país o región se pueden buscar soluciones más
inculturadas y atentas a las tradiciones y desafíos locales (n.3).
En pastoral, existe lo que San Juan Pablo II llamaba
«gradualidad», o conciencia de que el ser humano conoce, ama, y realiza el bien
moral según diversas etapas de crecimiento (n. 295). No es una «gradualidad de
la ley misma» sino de su ejercicio o puesta en práctica por sujetos que no
están en condiciones de comprender, valorar o practicar plenamente las
exigencias objetivas (n. 295).
También hay que «discernir las situaciones llamadas
irregulares». A lo largo de la historia Iglesia se han dado dos lógicas: o
marginar o integrar (n. 296). Se trata de integrar a todos y de ayudar a cada
uno a encontrar su propia manera de participar en la comunidad eclesial (n.
297). Es responsabilidad de los presbíteros y del obispo el acompañamiento con
estos criterios: humildad, reserva, amor a la Iglesia y a sus enseñanzas,
búsqueda sincera de la voluntad de Dios, y deseo de alcanzar una respuesta a
dicha voluntad lo más perfecta (n. 300).
Existen «circunstancias atenuantes» en el discernimiento
pastoral, porque limitan la capacidad de decisión. Un sujeto, aun conociendo
bien la norma, puede tener una gran dificultad para comprender los valores
inherentes a la norma (n. 301). El Catecismo nos recuerda, entre otros, la
ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos, los afectos
desordenados, y otros factores psíquicos o sociales (n. 302).
Aunque sea verdad que las normas generales presentan un bien
que no debe desatenderse ni descuidar, en su formulación no pueden abarcar
absolutamente todas las situaciones particulares (n. 304). Y lo contrario: en
un discernimiento práctico, ante una situación particular, ésta no puede
elevarse a «categoría de norma» porque pondría en riesgo los valores a
preservar (n. 304).
Por creer que todo es blanco o negro, a veces, cerramos el
camino a la gracia y al crecimiento, y desalentamos caminos de santificación
que den gloria a Dios. Un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos,
puede ser más agradable a Dios que la vida externamente correcta de quien
transcurre sus días sin afrontar dificultades importantes (n. 305).
3. ACTUAR
El salmo 128 nos sitúa en las claves espirituales de la
familia: «tú y tu esposa» (es una única voluntad de amor) (n. 13); «los hijos
como brotes de olivo» (sabiendo que no son propiedad de los padres y que deben
seguir su propio camino en la vida) (n. 18); «comerás con la fatiga de tus
manos» (implica sufrimiento y dolor) (n. 19-23); pero siempre existe la
«ternura del abrazo» (imagen de la comunión trinitaria) (n. 29). Hay que crecer
en el amor conyugal a imagen del amor de la Trinidad (n. 121): sabiendo que es
para toda la vida; teniendo todo en común (n. 123); y reflejando «la máxima
amistad» y la máxima alegría y belleza (n. 126).
La gracia del sacramento del matrimonio está destinada a
perfeccionar el amor de los cónyuges (n. 89), tal y como se refleja en el Himno
de 1Cor 13,4-7: amor paciente y lento a la ira sin amarguras ni insultos ni
maldades (Ef 4,31) (n. 93), servicial y bondadoso en su obrar (n. 93), sin
envidias ni celos (n. 95), sin hacer alarde de grandezas ni ser arrogante (n.
97), amable y sin durezas (n.99), desprendido y sin buscar su propio interés
(n. 101), no se irrita ni muestra violencia interna (n. 103), no lleva cuenta
del mal y sabe perdonar (n. 105), no se alegra de la injusticia de los demás
(n. 109), goza con la verdad (n. 110), disculpa todo (n. 111), cree todo y sabe
confiar (n. 114), todo lo espera y no desespera del futuro (n. 118), y todo lo
soporta con espíritu positivo en las contrariedades (n. 118).
Se destaca, en otro orden de cosas, que la sexualidad es
buena y bella (n. 150), y el amor erótico es un don de Dios (n. 152). Se
denuncia toda manipulación y violencia de la sexualidad que la convierta en
fuente de sufrimiento (n. 154). El amor conyugal «se manifiesta y crece» a la
vez, con tres palabras claves: «permiso, gracias, perdón» (n. 133). Siempre
abierto al diálogo y dispuesto a modificar y completar opiniones (n. 139).
Finalmente, en este apartado, una anotación importante:
matrimonio, virginidad y celibato se complementan, porque todas son formas de
amor (n. 159). Sólo se puede amar para toda la vida, siendo fieles en cualquier
estado, con la fuerza del Espíritu Santo (n. 164).